TRASCENDENCIA
La vida humana es, sin duda, la estructura multidimensional más compleja que hay sobre la tierra. Al menos eso parece, aunque a ratos nos comportamos de manera tan rudimentaria como una amiba.
En general la tecnología ha simplificado nuestras tareas. Uno de los elementos clave para acceder a ella es la retención de códigos, lo que nos llena la existencia de cifras clave, combinaciones alfanuméricas y similares. Para abrir una aplicación que poco usamos, habrá que recurrir a donde, en su momento, guardamos esa clave de acceso. Así me sucedió en la semana; el resultado fue afortunado, la clave estaba guardada en una caja llena de maravillas que me hicieron revivir una etapa muy bella, cuando el correo postal no se daba abasto en el lleva y trae de misivas personales. La correspondencia que conservo, en particular aquella enviada por familiares y amigos muy cercanos, saltó de la caja y comenzó a volar en derredor, regalándome una prodigiosa tarde plena de remembranzas.
Entre esos sobres de diversas dimensiones y colores hallé la correspondencia que en su momento sostuve con Leo Buscaglia, catedrático de la UCLA, escritor y conferencista. Su cátedra fue la primera llamada “Amor”; hay que decirlo, después de su muerte más de un maestro universitario, de manera tramposa, ha querido proclamarse como el autor original del concepto.
Volviendo a esa
tarde mágica de contacto con mis maestros
de vida, padres y amigos que ya no están como para levantar el teléfono y
llamarles, o enviar una carta con la ilusión de recibir una de regreso en un
par de semanas... Traigo al presente esos recuerdos en venturosa combinación con
mis últimas lecturas y la presencia de amigos queridos, en esta fecha particular, aniversario luctuoso de mi esposo.
De este modo, no podría haber escrito algo que no fuera así, tan íntimo y
personal, entrañable y afortunado.
Me atrevo a
compartir la experiencia porque, sé, que, en algún punto de la narración, todos
nos identificamos como seres humanos, en esa estructura multidimensional creada
por tiempo y experiencias; búsquedas; presencias y ausencias.
Leo Buscaglia
publicó un par de libros sobre el amor en los setenta, pero fue hasta los
ochenta cuando lanzó “Vivir, amar y aprender”, su gran obra, misma que invita
al lector a atreverse a albergar y a manifestar un amor auténtico, algo de lo
que el mundo (últimas décadas del siglo pasado) estaba tan necesitado. Hay que decirlo, hoy está necesitándolo mucho
más.
Algún pensador señala
que este mundo caótico y vacío nos lleva
a apostarle a las sensaciones en vez de hacerlo a los sentimientos. Viene a mi mente cualquier película comercial
norteamericana: Dos personas se conocen como por casualidad, tímidamente uno
invita al otro a tomar un café. Se citan
a una hora, platican cualquier cosa, se miran o se rozan las manos sobre la
mesa y, acto seguido, aparecen fogosos en la cama. A la siguiente mañana, o se despiden con
promesas de volverse a ver, o uno de ellos sale sigilosamente y desaparece de
escena para siempre.
¿Es esto amor?
¿Hay un crecimiento espiritual en tales aventuras noctámbulas que, más que otra
cosa parecen rutinas de gimnasio? ¿Esos “te amo” del instante alimentan el alma? Alejados de la parafernalia
hollywoodense hay que reconocer que son simples ratos de diversión, y que,
dentro de muchos años, cuando barajemos nuestras memorias, ni habremos de
recordarlos. No apuestan a nuestro
crecimiento interior.
La tarde que les narro,
la búsqueda de un código de acceso me llevó a descubrir una caja mágica, que me
permitió zambullirme en memorias muy bellas, en momentos en la vida de pareja
que pude vivir a profundidad, y que hicieron de mí gran parte de lo que ahora
soy, así hayan pasado muchos años de la muerte de mi esposo.
Una invitación a
los jóvenes a creer en la magia del amor.
Amor, no solo profundo con la pareja, sino ampliamente relacional: la
amistad, la camaradería, la búsqueda del punto de coincidencia con personas que
vamos conociendo por el camino.
Construir momentos inmunes al tiempo, que muchos años después se evocan
con agrado. Para los chicos la vida
parece eterna e inagotable. Conforme
pasan los años vamos tomando conciencia de nuestra finitud, y así debe ser: Los
años pasan, pero —paradójicamente— vivimos la vida con un goce distinto, que
solo el tiempo da: aquilatando cada momento, cada vivencia, y damos gracias al cielo por lo afortunados que somos de
seguir con vida.
Termino con una
frase de mi admirado Leo Buscaglia: “Nadie deja este mundo con vida, de modo
que el tiempo para vivir, aprender, cuidar, compartir; celebrar y amar
es hoy”. Él partió en 1998 pero sigue aquí.
De esa magnitud es su trascendencia.